De nuevo, nos encontramos ante el final de un año que nos ha traído acontecimientos inesperados, ocasionados por el ser humano o por la naturaleza, y que nos han afectado a todos: la guerra en Ucrania, la inflación, las alteraciones del clima, consecuencia del cambio climático…

Los últimos años nos han mostrado con mayor intensidad que vivimos en un mundo donde todo se conecta, nos podemos ver afectados por acontecimientos que ocurren en cualquier lugar, y esto los hace más impredecibles.

Por eso nuestra efectividad personal y profesional depende poco de la capacidad de controlar, y mucho más de la capacidad de aprender.

Y un excelente momento para aprender (pensar en clave de aprendizajes) es el cierre del año.

El índice de inteligencia positiva

Se trata de un nuevo concepto, que hace referencia a la medida en que nuestros pensamientos y sentimientos juegan a nuestro favor y no en nuestra contra. Nuestra efectividad depende en buena medida de cómo observamos y valoramos los acontecimientos, y eso se expresa en el tipo de pensamientos que albergamos.

La propuesta de este índice sostiene además que, para mantener una actitud resiliente y proactiva, es fundamental alcanzar una proporción 3:1 de pensamientos positivos vs negativos.

Es importante aclarar que, con pensamientos positivos no nos referimos en absoluto a plantearnos ideas ingenuas o falsas, no estamos hablando de autoengañarnos. Como si estuviéramos obligados a parecer felices, o parecer optimistas en cualquier situación.

Esos pensamientos positivos que buscamos nos los tenemos que creer, de verdad. Se trata de elegir dónde ponemos el foco, dónde miramos.

Un momento vital en el que podemos experimentarlo claramente es en nuestro balance de final de año.

Aprender

El aprendizaje depende mucho del tipo de preguntas que nos hacemos. Una forma de enfocarlo es en función de los conocimientos y habilidades que hayamos adquirido. Más que conocimientos, se trata de concretar qué sabemos hacer con eso. No es lo mismo “saber “que “tener información”. “Saber”, es saber hacer.

Podríamos preguntarnos: que sé hacer hoy en día que hace un año no sabía, o no lo sabía al nivel que tengo ahora. Incluye todo: habilidades técnicas, de gestión, de interrelación. Situaciones que has aprendido a resolver, gestionar… ¿En qué has mejorado?

Agradecer

Haz una lista de todas las razones por las que te sientes agradecido/a. Esta lista debe tener al menos 20 ítems (elementos). En realidad, lo ideal es hacerla cada día, listar al menos 3 razones, y que sean diferentes cada día.

Pero no nos dispersemos, volvamos al cierre del año. Para esta lista considera todo tipo de razones: de salud, económicas, afectivas, lúdicas. Razones personales y profesionales. Razones trascendentales o superficiales (que tu equipo de fútbol haya ganado puede caer en cualquiera de las dos categorías, no importa).

Celebrar

Por último, pero no menos importante, hagamos la lista de todas las razones por las que podemos celebrar.

Para ello, la práctica recomendada es hacerlo en tres pasos:

  • Hacer una lista exhaustiva de todos los logros, éxitos, objetivos conseguidos a lo largo del año. Escribe todo aquello que te propusiste al principio del año y lograste cumplir, y también todo lo conseguido que no tenías previsto.
  • Ahora amplía esta lista incluyendo éxitos de TODOS los tamaños. Pon especial atención en incluir lo que consideras que son logros pequeños. Por ejemplo: afrontaste una conversación difícil que habías pospuesto, ayudaste a alguien (especifica cómo), te diste un pequeño gusto, ahora sales a caminar dos veces por semana (te habías propuesto hacerlo 4 veces, pero lo estás haciendo 2, ponlo también), una habilidad en la que hayas avanzado, aunque te parezca que en poca medida. No te cortes, haz esta lista tan larga como puedas y nota cómo te vas sintiendo, a medida que la lista va creciendo.
  • Para terminar con broche de oro: haz una lista de errores, y celébralos también, en la medida en que son también una oportunidad de aprendizaje. Este es el nivel más alto de maestría personal. Todos decimos saber que “de los errores se aprende”, otra cosa es lo que sentimos cuando nos equivocamos, o cuando nos señalan ese fallo.

La recriminación que recibimos de otros nos puede doler, pero la peor recriminación suele ser la que nos hacemos a nosotros/as mismos/as. Así que el mayor nivel de maestría en el arte de cuidar la calidad de nuestros pensamientos es cuando elegimos poner el foco en aquello que podemos aprender, en vez de ponerlo en la recriminación por haber hecho algo mal.

Y aquí cerramos el círculo porque volvemos al aprendizaje.

Siguiendo estos tres pasos: aprender, agradecer y celebrar, tienes bastante material para alcanzar ese índice de 3:1 en la calidad de tus pensamientos, sin necesidad de edulcorar la realidad o engañarte.

Se trata de elegir conscientemente dónde pones el foco.

¿Te animas a hacer este balance?